martes, 19 de julio de 2011

TRABAJO COLECTIVO Y AUTOGESTIÓN

Un cuento pero al revés

Nacimos un día con el objetivo de poner en pie un sueño: el trabajo colectivo y la autogestión.  Ardua tarea elegimos, junto a otros hombres y mujeres, seres anónimos en todas partes del mundo que persiguen el mismo sueño.

Decimos que es ardua, claro está, porque vivimos un mundo donde el trabajo suele vivirse con resignación como una tarea dolorosa y violenta, donde muchas veces quienes tienen la suerte de tener un trabajo estable, deben someterse a la humillación cotidiana de acatar órdenes de un patrón, casi siempre incomprensible; donde el cansancio, la enfermedad, los hijos y otra clase de preocupaciones “mundanas” están mal vistas por los empleadores; donde el individualismo, la competencia desleal con nuestros compañeros/as, el “botoneo para sumar puntos con el jefe” y otras yerbas, son exaltadas como una virtud, en detrimento de valores tan descuidados como la solidaridad, el compañerismo, el apoyo mutuo, el trabajo colectivo y la importancia de la dimensión humana en cualquier ambiente donde nos relacionemos con otro.

Vivimos un mundo cuyas leyes (las legales y las legitimadas) se nos imponen y muy a pesar nuestro son violentas y despiadadas. La opresión del hombre por el hombre, la mujer por la mujer (y todas las combinaciones de género que imaginemos) están a la orden del día y aún cuando deseamos en lo más íntimo de nuestro corazón y nuestro cerebro, ser solidarios con otro/a, aún cuando deseamos no botonear que “Ricardo llegó tarde” o que “Gabriela se equivocó en la tarea de la que es responsable”, aún cuando deseamos cambiar esos hechos injustos que todos reconocemos, la lógica que se nos impone es feroz. Entonces surge el temor a perder el empleo, el miedo a que nos descuenten el sueldo, el pánico a la humillación, a la amenaza del jefe o de nuestros propios compañeros/as. Temor, miedo y pánico son muchas veces los sentimientos que anteceden al silencio, a bajar la mirada y a resignarse “porque no hay de que quejarse, por suerte todavía tenemos trabajo”.

Hay otros casos, cada vez más, de hombres y mujeres que no tienen trabajo estable, hombres y mujeres que engordamos día a día, las filas de desocupados, de aquellos que vivimos de la changa, del día a día y mal que nos pese también vivimos del que dirán: hombres y mujeres mucho tiempo señalados como vagos u holgazanes que “no quieren trabajar”.

Disculpemos la ignorancia de quienes con este comentario abren la bolsa de consorcio y meten al 20% de la población desocupada y subocupada adentro. Muchas personas desconocen los motivos por los cuales, juan, viviana, martin o elsa dejaron de estudiar para ir a chanquear con sus padres (que también tuvieron alguna vez que abandonar su “buen porvenir”). Muchas personas desconocen que después  de aquello la vida de juan o viviana continuó, que ellos crecieron y que sin un estudio secundario, como mínimo, solo pudieron conseguir trabajos extenuantes de 10 o 12 horas, mal pagos, que tampoco les dejaron margen de tiempo, algo de ganas o un cobre para volver a estudiar.

Tampoco conocen la historia de martin o de elsa, que igual que los 2 anónimos anteriores, tuvieron una vida dura, como la de todos los pobres, los laburantes. Resulta que martin y elsa, ya se habían prohibido muchas cosas, y todos sabemos que los anhelos siempre resignados, producen frustración. Ellos no tenían nada y mal o bien (¿quién puede juzgar esto?), decidieron que no querían frustrarse más, que querían una alegría, “algo propio”, algo que cuidar a su manera: y decidieron tener muchos hijos, una familia grande llena de gritos y ruidos y niños corriendo de acá para allá. Y lo hicieron. Aunque no tuvieran un ingreso estable para saldar todas las necesidades que tuvieran. Ya no había nada más que quitarles, salvo eso: la posibilidad de decidir libremente si tener o no hijos, la posibilidad de decidir sobre su propio cuerpo ¿O también sobre eso pueden decidir los otros? Tal vez sí.
Viviana otra de nuestras historias anónimas. No quería tenerlo, pero no pudo abortar: una de esas leyes impuestas dice que es ilegal. (Aunque en silencio en ciertos sectores que tienen la suerte de disponer de 3000 o 4000 pesos, se practica el aborto: ilegal, seguro y carísimo) a viviana por 600 pesos se lo hacían, aunque no podían garantizarle que saliera con vida de ese garage. Viviana no tenía el dinero. Tal vez, si lo hubiera tenido, hubiera corrido el riesgo. (La madre le recomendó que use rúcula a ver qué pasa).
Estas historias, cotidianas, anónimas, que no parecen tener conexión entre sí, son una porción de anécdotas, experiencias de vida que llegaron a nuestros oídos algunas, o las hemos vivido en carne propia, otras.
El hecho es que sí hay una conexión, una similitud y una explicación para estas y otras experiencias de vida quienes pertenecemos al conjunto de los que se estaban ahogando en una bolsa de consorcio, de los que cuelgan en los límites del mapa y apenas se sostienen con una mano, mientras miran por encima del hombro al precipicio preguntando: ¿A dónde más nos quieren empujar?
Lejos de ser un motivo de resignación, esto nos empoderó, nos incentivó a organizarnos a usar la imaginación y a construir con nuestras propias manos un proyecto, un sueño, una alternativa que nos permita combatir una forma de entender el trabajo con la que no estamos de acuerdo, una forma de entender los vínculos humanos que desafiamos. Pero no solo nos quedamos con las ideas porque entendemos que las ideas y la práctica deben ir de la mano. Entendemos que solo probando y equivocando el camino, en la práctica concreta, es posible contrastar las ideas y mejorarlas, modificarlas allí donde la prueba nos marque un error.
Esta ardua tarea que emprendimos, nos construye como una alternativa de lucha y de cambio social, sin jefes, sin unos que mandan y otros que obedecen, sino como un todo que coopera, que discute, que se ayuda, que se escucha, que toma mate, que se ríe, que descansa, que trabaja por construir diariamente lo que hemos descripto y que llamamos unas veces autogestión, otras veces poder popular autogestivo.
Por eso este es un cuento pero al revés, uno que comienza cuando decimos ¡Basta, se terminó! Detrás de este como de todos los cuentos, hay una historia, de la que somos parte, hay un sueño que crece silencioso, desde abajo y por fuera del estado.

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